SANTO(S) DEL DÍA 24 DE AGOSTO DEL 2012
SAN bartolomé.
SAN bartolomé.
(Audiencia del Papa Benedicto XVI)
En las antiguas listas de los Doce
siempre aparece antes de Mateo, mientras que varía el nombre de quién lo
precede, que puede ser Felipe (cf. Mt 10, 3; Mc 3, 18; Lc 6, 14) o
Tomás (cf. Hch 1, 13). Su nombre es claramente un patronímico, porque
está formulado con una referencia explícita al nombre de su padre. En
efecto, se trata de un nombre probablemente de origen arameo, bar-Talmay,
que significa precisamente “hijo de Talmay”. De Bartolomé no tenemos
noticias relevantes; en efecto, su nombre aparece solamente dentro de
las listas de los Doce citadas anteriormente y, por tanto, no se
encuentra jamás en el centro de ninguna narración. Pero tradicionalmente
se le identifica con Natanael: un nombre que significa “Dios ha dado”.
Este Natanael provenía de Caná (cf. Jn 21, 2) y, por consiguiente, es
posible que haya sido testigo del gran “signo” realizado por Jesús en
aquel lugar (cf. Jn 2, 1-11). La identificación de los dos personajes
probablemente se deba al hecho de que este Natanael, en la escena de
vocación narrada por el evangelio de San Juan, está situado al lado de
Felipe, es decir, en el lugar que tiene Bartolomé en las listas de los
Apóstoles referidas por los otros evangelios. A este Natanael, Felipe
le comunicó que había encontrado a «ese del que escribió Moisés en la
Ley, y también los profetas: Jesús, el hijo de José, el de Nazaret»
(Jn 1, 45). Como sabemos, Natanael le manifestó un prejuicio más bien
fuerte: «¿de Nazaret puede salir algo bueno?» (Jn 1, 46). Esta especie
de contestación es, en cierto modo, importante para nosotros. En efecto,
nos permite ver que, según las expectativas judías, el Mesías no podía
provenir de una aldea tan pobre como era precisamente Nazaret (véase
también Jn 7, 42). Pero, al mismo tiempo, pone de relieve la libertad de
Dios, que sorprende nuestras expectativas manifestándose precisamente
allí donde no nos lo esperaríamos. Por otra parte, sabemos que en
realidad Jesús no era exclusivamente “de Nazaret”, sino que había nacido
en Belén (cf. Mt 2, 1; Lc 2, 4) y que, en último término, venía del
cielo, del Padre que está en los cielos. Volviendo a la escena de
vocación, el evangelista nos refiere que, cuando Jesús ve a Natanael
acercarse, exclama: «ahí tienen a un israelita de verdad, en quien no
hay engaño» (Jn 1, 47). Se trata de un elogio que recuerda el texto de
un salmo: «dichoso el hombre [...] en cuyo espíritu no hay fraude» (Sal
32, 2), pero que suscita la curiosidad de Natanael, que replica
asombrado: «¿de qué me conoces?» (Jn 1, 48a). La respuesta de Jesús no
es inmediatamente comprensible. Le dice: «antes de que Felipe te
llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi» (Jn 1, 48b). No
sabemos qué había sucedido bajo esa higuera. Es evidente que se trata de
un momento decisivo en la vida de Natanael. Él se siente tocado en el
corazón por estas palabras de Jesús, se siente comprendido y llega a la
conclusión: este hombre sabe todo sobre mí, conoce el camino de la vida,
de este hombre puedo fiarme realmente. Y así responde con una confesión
de fe límpida y hermosa, diciendo: «Rabbí, Tú eres el Hijo de Dios, el
Rey de Israel» (Jn 1, 49). Sobre la sucesiva actividad apostólica de
Bartolomé-Natanael no tenemos noticias precisas. Según una información
referida por el historiador Eusebio, en el siglo IV, un tal Panteno
habría encontrado incluso en la India signos de la presencia de
Bartolomé. En la tradición posterior, a partir de la Edad Media, se
impuso la narración de su muerte desollado, que llegó a ser muy popular.
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